martes, 19 de octubre de 2021

Noche de Luna...

Era normal que en los linderos de la campiña, luego de la faena y la noche se pintara de plata, que se llevasen los burros a pastar, nuestro personaje bajada la carga del pollino, tarea que se turnaba con sus hermanos, luego tenía que  conducir al noble mamífero para que recuperara energías alimentándose con los reconfortantes pastos frescos que regalaba la noble y generosa naturaleza, nuestro personaje tenía una particularidad, que una vez montado en el asno se sentía galán de película mejicana y se lanzaba a entonar sus canciones preferidas marcadas por la expresión y estilo de la melodía ranchera.

Como intuía que lo hacía muy bien, juntó sus ahorros para poder comprarse una guitarra y así poder acompañar a sus sentimentales falsetes, mientras el semental batía las mandíbulas a gusto, el practicaba sus sonidos y compases en solitario bajo la enramada de un cómodo árbol, dado que los pastizales se encontraban en los extremos de la finca, nada ni nadie podía interrumpirlo en el tranquilo y brillante nocturno, se concentraba al máximo con el propósito de conseguir que poco a poco alcanzaría un gran dominio en el control de su voz, acorde con el hábil manejo del instrumento que acariciaba.

Ya se sabe que cuando las noches son de luna llena pues se aprovechan al máximo las horas de luz que brinda el satélite, estando el por un lado con sus acordes musicales y por otro lado el conocido mamífero, pues se le pasaron las horas como cantando y cuando decidió retornar a casa e ir a recoger el animal, este no estaba, buscó por todos lados y no aparecía, cansado de ir por todos los lugares que se imaginaba podía encontrarlo, pues no quedaba otra que volver resignado a asumir las consecuencia de los hechos  por el jumento perdido.

Devuelto al hogar y tal como era la educación por esos tiempos su padre lo castigo con la misma guitarra, haciéndole hincapié que por estar con ese vicio que no conduce a nada, había perdido el indispensable vehículo de transporte con que contaba la familia y eso era una falta grave, amen que el también veía como se partía la madera, saltaban las astillas y se arrancaban las cuerdas.

Adolescente aún lloró como un niño, no tanto por el castigo, ni por el jumento perdido, sino por la guitarra que le había costado un tesoro conseguirla y por el gran cariño que le había tomado, sabiendo que ya casi la tenía dominada...La lección recibida, culminaba con la amenaza del jefe del hogar, de que si en algún momento lo volvía a ver con algún otro instrumento musical, otra paliza superior se llevaría.